En este escenario hipotético, imagina a una señora, ya de cierta edad, padeciendo frío y hambre de la que duele, de la que está a punto de matar, con un niño en sus brazos, de unos tres años, en las mismas paupérrimas condiciones. Por alguna circunstancia que desconocemos, en nuestra historia pasa un hombre quien saca de su bolsillo un pedazo de pan, lo pone en las manos de la señora y le dice que aquello le dará un poco de fuerza.
La señora es una persona normal, o digamos, promedio, a quien la buenaventura siempre se le escondió.
En tales circunstancias su accionar podría ser uno de los siguientes:
Le da el pan completo al niño, porque le duele ver a su pequeño en aquella situación, y abraza la esperanza de que su sacrificio le de la fuerza suficiente al pequeño para que, en otro giro inesperado del destino, salve la vida.
Podría pasar que decidiera dar la mitad al pequeño y comer ella la otra mitad, no tanto porque considere que aquello es lo justo, sino porque tiene la idea que, si logra algo de fuerza, podrá moverse y hacer algo por ambos, en lugar de solo dejarse morir.
En otro escenario ella podría comer todo el pan, arriesgando la vida del pequeño, ya porque crea que de esa forma tiene una mejor oportunidad de encontrar alguna otra cosa para que salven la vida, o por simple y llano egoísmo.
Nuestra moral, nuestra ética, nuestros hilos filosóficos, ya que se originen en algo tan primitivo con la religión, en algo confuso como la sabiduría popular o en algo más trabajado como el desarrollo de una filosofía como tal, nos dictarán cuál de aquellas reacciones consideramos la más acertada.
Ahora bien, pudiera pasar que lo que concluye la señora es que, siendo que la vida la ha tratado tan mal, no puede esperar nada bueno de nadie, y menos si es de forma desinteresada, por lo que se niega a ver la buena intención en el trozo de pan y desconfía del hombre, negándose a comerlo y negando el alimento al niño.
O bien, decide tirar el pan, porque en su análisis concluye que aquello es por gusto y que solo alargará el tiempo de la agonía.
Encima podría molestarse porque no recibió más que un simple trozo de pan.
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Parto aclarando que hace mucho que defino mi ideología política como libertaria —dado que el término de liberal se ha corrompido tanto—, básicamente porque en los argumentos que plantea hay lógica y está muy acorde a mi filosofía de vida. Las cosas que pregonan son pensadas, hacen sentido, no parten de la emoción, del capricho o del clamor de “justicia para mí”. No obstante, hay, entre otras cosas, un punto que no comparto para nada con lo que los libertarios proclaman:
La fe ciega en un sistema que no ha sido probado.
El ejemplo de la señora da cuenta que el comportamiento del ser humano no obedece a la lógica, ni siempre se rige por filosofías o ideales. A veces obedece al capricho, a la cultura, a una forma de ser que dista de poder ser entendida por todos.
Que las cosas se acomoden por su propio peso, o que la Mano Invisible termine por hacerse cargo de todo, desapareciendo del individuo su deseo de poder, de control o su enfermiza avaricia, es algo que no termino de ver.
Detesto cuando un libertario sale con que una persona es pobre porque quiere serlo y se ponen como ejemplo a ellos mismos o a una persona que salió de condiciones económicas muy desfavorables para alcanzar un nivel respetable, porque si un pobre es pobre porque quiere, yo le diría a cualquier libertario que no es millonario porque no quiere.
No siempre alcanza con las ganas, hay actitudes propias y ajenas, y medios disponibles o no y hay un juego de la fortuna que no podemos obviar.
Los libertarios han creado una especie de secta donde ya todo está pensado y ya tienen la respuesta a toda situación. Si tienen una duda consultan al “maestro”, como si de un pastor, cura o guía espiritual se tratara, olvidando lo poco predecible que es el ser humano. Olvidando que el bienestar común aporta interesantes cosas y que la voluntad de todos no siempre va a encaminarse a lo que es mejor para todos.
Hoy día ser libertario plantea muy poco atractivo. Es gritar a los cuatro vientos, con fuerza e intolerancia (y mala actitud), lo que ya otros dijeron que es el camino correcto, no aceptar que de su fórmula escapa lo impredecible de la voluntad del ser humano y creerte superior porque “tú sí razonas”.
Al final hay que aceptar que la conducta humana es algo que no podemos encasillar.
Quizá dé un paso a un lado, aunque no sé aún hacia dónde, porque izquierdas y derechas no son ideologías para aplaudir, pero ser libertario se está convirtiendo en un desatino, y ser un liberhéroe es un chiste.
Saludos