Aseguran los orientales, los de Uruguay, que al visitar aquel país, no se debe perder la oportunidad de conocer y almorzar en El Mercado del Puerto. Cuando me lo dijeron por primera vez tuve que imaginar el lugar, como todos lo hacemos, basado en mi conocimiento y experiencia, así que terminé recreando un escenario parecido al que se encuentran en el frío agradable de San Lucas, con sus bancas, mesas, platos y manteles que siguen siendo modelo de los setentas; los comedores de ocho mesas y los puestos de atol, elotes o rellenitos sin ninguna; las ventas de juguetes tan frágiles que solo se pueden usar por “una única vez”; los puestos de fruta y verdura acompañados de los gritos de quienes dan un precio y de quienes regatean por bajarlo para hacer trato. Lo único que consideraba que no estaría en Uruguay eran los puestos de venta de copias de películas en DVD.
Me quedaba poco tiempo del viaje, así es que un domingo por la tarde le pedí a un taxista que me llevara. Hizo un gesto muy de aquel lugar que yo interpreté como “contrariedad” y me explicó que con suerte encontraría algún sitio abierto. Parece que los turistas a las 4:30 de la tarde ya no almuerzan. Entré a aquella construcción que fue inaugurada en 1868, que muchos rumorean, era una estructura destinada a otro país que por problemas de impuesto se quedó en Uruguay, versión distinta a la que en Wikipedia explica quiénes fueron los que tuvieron la iniciativa y quién la construyó. Un profundo silencio era dueño del lugar. Cada tanto se escuchaba el sonido de alguien limpiando algo y el grito de alguien más allá, que a fuerza de todo lo que sus pulmones daban, entonaba la pequeña estrofa de una canción, siempre la misma. En aquel país las personas te hablan sin hacerse mucho problema, acá no lo hacemos justificados por el miedo, así que un mozo (no conocí a nadie de allá que usara la palabra: mesero) enterándose de mi situación, confirmara con el cocinero que aún me podían atender, disfruté uno de los mejores asados que comí en mi vida. Quizá el mejor porque fue el primero.
Aunque mi primera experiencia fue distinta a la de casi cualquier turista, no fue mala, pero fue hasta varios meses después que tuve ocasión de conocer lo que realmente allá se ofrece. Aquella imagen que me había hecho al principio estaba lejos de la realidad. El mercado es una serie de restaurantes que ofrecen comida y bebida de excelente calidad pensado como sitio turístico y aunque en principio sí procuraba satisfacer las necesidades de frutas, verduras y carnes, eso es solo parte del pasado. El escenario lo completan artistas. músicos y artesanos, dentro y a los alrededores, que ofrecen sus trabajos e interactúan con el visitante y por supuesto, muchos turistas.
Hace poco me tocó regresar a la República Oriental del Uruguay. Para ahora ya perdí la cuenta de las veces que he ido al mercado del puerto. Ahí se come y se bebe muy bien y no desaprovecho oportunidad. Ahora con más experiencia, ya se las horas en las que hay que ir y cuáles son los mejores lugares. Nos acompañaba un amigo uruguayo y platicábamos mientras tomábamos una copa de medio y medio cuando se acercó un amigo de él, un señor al que me es difícil calcularle la edad, que se dedica, aparte de platicar y saludar a la gente, a limpiar (lustrar) zapatos. Llegó preguntando si alguno de nosotros tenía cámara en su celular, en realidad por ser turistas, mi primo, con el que hicimos este último viaje juntos, tenía su cámara digital, entonces le pidió que le acompañara, que en uno de los restaurantes se encontraba José Mujica, nada más y nada menos que el presidente de la República y que se quería tomar una foto con él. El señor presidente no tuvo ninguna objeción al respecto, por el contrario dijo que sería un gusto que le tomaran la foto (yo he escuchado esto pero en candidatos que a nada hacen feo con tal de ganar un voto), mi primo tomó dos. Luego mi primo regresó a contarnos, no sin sorpresa, de lo fácil que había sido acercarse a la persona que, en los papeles, tiene el puesto más importante del país. No había seguridad, no estaba todo tapado, no eran filas de autos con policías, guardaespaldas, escoltas, ni nada de eso cercando el lugar. Nadie, absolutamente nadie les preguntó qué querían mientras se acercaban a Mujica.
Luego de meditarlo unos segundos, tomamos camino con mi primo para tomarnos una foto también con él. Ya estaba tomando sus alimentos y nos dio pena, yo regresé a donde había dejado mi copa y no me di cuenta que mi primo, considerando que un no era lo peor que le podía pasar, volvió hasta su mesa, interrumpió su comida y éste gustoso se dejó tomar la foto, no sin enterarse que mi primo venía desde Guatemala.
En realidad la anécdota, lejos de la coincidencia de estar en el mismo lugar que Mujica, no debería de tener nada que sobresaltar, pero en nuestros tiempos que un presidente se comporte como debe de ser, porque no es una persona especial, no es un superhombre, no es el elegido de los dioses, ni tiene nada de sobrenatural, no es fácil de encontrar. Es solamente una persona más que tiene un cargo de mucha responsabilidad, porque hubieron personas que con su voto, confiaron en que él podría desempeñarlo de buena forma.
No me corresponde juzgar sus políticas, sus decisiones, sus pleitos con los sindicatos, ni siquiera su peculiar forma de hablar “sin pelos en la lengua”. Pero lo que vi de su comportamiento me causa envidia y por qué no, me da algo de esperanza al ver que existen lugares en donde las cosas son como tienen que ser.
Saludos