Lamentablemente estamos bien – Leila Macor

Por alguna curiosa razón que desconozco, el país en donde mas he estado después de mi querida patria, es Uruguay. Lugar en donde he recibido muy buen trato y muestras de afecto, no porque yo sea especial, sino porque en general el uruguayo es así, resumiendo, buena persona.

De tal cuenta en un muy agradable gesto, un compañero de trabajo (omito su nombre, porque no sé si le gustará que le mencione) luego de algunas charlas donde le indicaba mi curiosidad por la forma de ser de ellos, que yo calificaba de muy curiosa, me regaló un libro, IMG00233-20100114-1022 cuyo nombre y autora titulan éste post y el cual he disfrutado mucho.

Supongo que éste será un post dedicado a uruguayos y su buen sentido del humor y a personas que hayan tenido mucho que ver con el país y/o su gente, pues de lo contrario algunas cosas quizá no se entiendan.

Dicho esto me permito transcribir un pedazo del libro, que cuenta el punto de vista de una venezolana que se fue a vivir a Uruguay, con la intención de que se diviertan y claro está, que puedan leer el libro completo, que no tiene desperdicio.

La verdad de 347 milanesas

Poco después de mi llegada a Uruguay, Gaby me acompañó al almacén y me escuchó pedir “100 gramos de jamón, 100 gramos de queso; ya”.

Y me regañó:
-¿Cómo le decís “¡ya!”?

Al parecer, mientras yo decía que no quería nada más, el hombre entendía que yo le ordenaba que me diera el pedido enseguida. Sutil pero sustancioso malentendido.

Eso fue sólo el principio. “Pronto” aquí no significa temprano, sino “listo” (italianismo si los hay), y si digo papá y mamá, como en Venezuela, a los uruguayos les resulta tan infantil como si me vieran chuparme el dedo en el ómnibus. Así que debo hablar de “mi madre” y “mi padre”, que me parece más solemne que una asamblea de la ONU.

Luego hay expresiones gloriosas como “desubicarse”, “perseguirse” y “paranoiquearse”. Desubicarse es una irreemplazable manera de definir a quien actúa fuera de contexto; el que se persigue huye de su propia sombra y quien se paranoiquea se siente censurado sin motivo.Esos tres vocablos, una vez incorporados al léxico personal, no se van más. Porque aunque me mude a Paraguay o Nicaragua, siempre me desubicaré y me perseguiré como lo hago acá.

Un día fanfarroneando con mi adaptación a Uruguay, saludé a una española a la usanza local:

-Hola, ¿qué hacés?

Y ella en lugar de decirme “bien”, me narró todo lo que hacía: venía de tal parte de hacer tal cosa, luego iría a tal otro lugar con tal otro fin, etcétera. Total: fui victimizada con quince minutos de conversación involuntaria. Le puse fin a mi afán adaptativo y volví al neutro “cómo estás”, porque ya había abandonado hacía tiempo el saludo venezolano: “que hubo”. Que si se lo llego a preguntar a la española, capaz que comenzaba por Adán y Eva.

Pero de todas las sutilezas posibles, la que me hace más gracia de los uruguayos es su incapacidad de redondear una cifra. dada una extraña manía por la precisión numérica, o su psicoanalizable necesidad de parecer muy muy serios, eluden siempre el redondeo y ni se acercan a cinco o al cero. Que, les informo, es una operación mundialmente aceptada.

-Te estuve esperando, no sé, como 23 minutos.
-Qué sé yo, tendrá 48 años, algo así.
-El lugar estaba tan lleno que había como 216 personas.

Incluso en una asamblea a la que asistí hace poco, uno de los miembros dijo, como para redondear:

-Supongamos que tal empresa gaste en un año, no sé, unos 22,608 dólares.

También he demorado en comprender la sabiduría zen implícita en la expresión “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa” y en la paradoja irresoluble “si te digo la verdad, te miento” que les gusta tanto decir a las tías.

Además, toda explicación comienza con un “el tema es…” y toda respuesta con un “te explico”.

-¿El 60 pasa por acá?
-Te explico. Pasaba. Pero cambiaron la parada porque…

Gestos. Para acusar a alguien de tarado, los uruguayos se valen de una expresión tan imperceptible que me costó años imitar. Cierran apenas los ojos e inclinan apenas la cabeza. Yo cerraba los ojos demasiado tiempo o demasiado poco, o exageraba la inclinación de la cabeza. No me creerán, pero lo ensayé mucho tiempo. Sólo después de años de espejo pude por fin convertirme en una perfecta tarada.

Además, cuando algo o alguien es bueno, los uruguayos cierran el puño, con el pulgar y el índice abiertos, y llevan la palma frente a la boca. El extranjero siempre pregunta qué significa el gesto. Y el uruguayo siempre responde, incluso emocionado:

-¡Bigote para arriba!

Y yo aún no he encontrado quien me explique qué demonios tiene que ver un bigote reversible con estar bien.

También es clásico que se muerdan el labio inferior, mirando hacia arriba y moviendo negativamente la cabeza, para denotar una especie de suspiro facial. El gesto honestamente me disgusta porque le da a quien lo hace un aspecto bobalicón, Pero en fin, es algo personal.

Y encima hay expresiones inexplicables, como “agarrate Catalina” (¿quién es Catalina?) y otras gastronómicas, como “chupate esta mandarina” y “la verdad de la milanesa”, verdad cuya iluminación culinaria todavía espero que me alimente.

Por otra parte, mi cierre-mágico tiene aquí el grave nombre de velcro, no se suda sino que se transpira; y, en lugar de enredo, usan un regionalismo tan gracioso como entrevero. Además, debo escribir transcripto en lugar de transcrito si no quiero pasar por boba, aunque a la vez, contradictoriamente, tengo que eliminar la p de septiembre si no quiero tener problemas con mis compañeros de trabajo.

Y finalmente un extranjero tendrá que acostumbrarse a invitaciones como ésta:

-¿Venís a la Rambla a tomar un mate y mirar el atardecer?

Yo respondía que no podía imaginarme proyecto más aburrido.

En el trópico el atardecer dura un segundo. Uno pestañea y ya se hizo de noche: cae como una guillotina. Para mí, el atardecer era un accidente con el que uno se topaba por casualidad, y suerte si lo veía. De modo que el plan de salir a mirar un sol que demoraba horas en ponerse, calladas las dos, para discutir con demonios internos que nunca me atormentaron, me daba una pereza tremenda.

Bien ya no. Talvez en eso consista la verdad de la milanesa. O al menos la de, no sé, unas 347 milanesas.

Espero que Leila Macor no se moleste conmigo por transcribir algo de su texto, pero ha de comprender que por estos lares, no es posible conseguirlo.

Saludos

PS. Seguro que se puede hacer, o habrán, trabajos similares de cada uno de nuestros países y costumbres y ha de ser interesante poder reírse de uno mismo.

4 comentarios en “Lamentablemente estamos bien – Leila Macor

  1. Jaja! Muy buena la nota. Hace unos días leí este libro y todavía me sigo riendo. Nací en Uruguay pero soy hija de padres extranjeros y es cierto, existe una especie de culto a la «no ostentación» porque queda feeeo, así como las casas descomunales de Punta son todas de los narcotraficantes ;P

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  2. El «Bigote para arriba» remite a la imagen de una persona, por supuesto acostada, descansando,no haciendo nada,al sol… Que mas bueno para un uruguayo que eso,ja,ja! Te lo digo yo,que soy uruguayo…

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