Pues eso, un regalo que quise hacerme. Es de pequeñas historias, varias publicadas con anterioridad en un blog que tuve.
A modo de presentación les dejo con el prólogo:
Ningún escritor esta obligado a justificar lo que escribe, en el entendido de que escritor es aquel que llega a tener el valor de publicar (hablo de valor porque siempre es importante tomar la decisión de exponerse al escrutinio del ojo ajeno). Esa libertad es poco aprovechada. A la mayoría nos gusta contar las razones, motivos, circunstancias, hechos, inspiraciones o propósitos que nos impulsaron a exprimirnos la mente tratando de contar algo que consideramos que vale la pena y otra exprimida más por tratar de contarla bien.
Podría presentar éste texto diciendo que, como tanto autor, tengo una insufrible necesidad de hacerlo, palabras que quedan bien y parece que muchos las creen sin más. Yo las evalúo y siento que en realidad no dicen nada. Tampoco quedaría mal decir que es algo que tengo que hacer, como si hubiera una fuerza desconocida que me impulsa a escribir o que me dicta al oído lo que tengo que plasmar en palabras, en cuyo caso la autoría del texto no debería de pertenecer al llamado escritor sino a la fuerza oculta que hizo el dictado. Hay quienes lo dicen y funciona. No es mi caso.
En ésta ocasión me impulsan principalmente tres cosas:
La primera es que si bien la mayoría de estas historias ya habían sido contadas en un blog, no soporté más el verlas ahí. No es culpa del blog, es culpa del abuso que se hizo durante una época, que de a poco vamos dejando atrás, de crear blogs sobre cualquier cosa y por cualquiera que tuviera una computadora enfrente. No se me malinterprete, me gusta esa libertad, pero la misma trajo consecuencias. Hay mucho buen trabajo regado por la red pero se mezcló demasiado con líneas y líneas de palabras sin pies ni cabeza, por lo que no solo es difícil encontrarlos sino que nos hace tener prejuicios a la hora de juzgar cualquier texto. El mismo escrito no se ve igual si se ve formando parte de un libro que formando parte de un sitio en Internet. Viviré con la duda de si “El Aleph” o “Casa tomada”, con todo lo maravillosos que me parecen, serían cuentos tan alabados si hubiesen sido publicados en el blog de alguien por ahí.
La segunda es que últimamente he escuchado/leído mucho sobre el suicidio digital. La gente de repente desaparece casi sin decir nada (digo casi porque si uno presta la suficiente atención, la mayoría de los candidatos al acto van dejando pistas regadas). Lo he pensado y es tentadora la propuesta. Desaparecer de la faz de Internet ha de tener su gracia, quizá más para los que una época vivimos sin tanta información, buena, mala y sin relevancia, a un clic de distancia. Es que para la mayoría de nosotros las cosas cambiaron dramáticamente: si algún día te encuentras con alguien en la calle a quien hacía mucho que no veías pero lo tienes sumando “amigos” en tu red social, tu tema de conversación ya no será para enterarte de qué hace o qué es de su vida, sino que será para confirmar todo lo que ya sabes: “vi que lograste terminar la universidad ¡felicitaciones!”, “tu hijo está en clases de natación, lo vi en las fotos, como está de grande ¿no es cierto?”, “sí, me enteré que no seguiste con Julia, cambiaste tu estatus de pareja ¿no es así?”. Pues temiendo lo peor creo que no llegaré a escapar a los manjares que ofrece la muerte digital y me sería doloroso que éstas historias se desvanecieran conmigo.
La tercera y última razón es que temo por la desaparición del papel. Cada vez iremos quedando menos de los que amamos la letra impresa, los diseños de portada con su contraportada, la incomodidad de negarnos a prestar un libro, los enojos por la hoja que se dobló y las anotaciones en los costados de las páginas. Seremos exterminados por los devoradores de Gadgets y tecnología (yo mismo me estoy convirtiendo de a poco en uno) y mientras exista la opción, so pena de enojar a algunos ambientalistas, hay que aprovechar a imprimir cuanto libro sea posible. Pienso que en eras futuras les será más fácil sacar conclusiones sobre la nuestra de textos impresos, que de aparatos que no podrán encender por requerir de tecnología, para entonces, muy vieja.
Antes de que alguien me acuse de ponerme a nivel de los famosos escritores argentinos citados, aclaro que reconozco mi realidad y no podría cometer tal ultraje, pero en cambio sí creo que lo de aquí son buenas historias que a más de alguno agradarán, si no lo creyera no podría publicarlo. No sé de ningún escritor que tenga el coraje de publicar algo que considere malo o mediocre (sí, hay sarcasmo en esta última línea).
Hay una cuarta razón por la cual publico, la más importante: lo hago porque quiero hacerlo, pero se me hizo demasiada obvia para incluirla dentro de la lista oficial.
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Se puede descargar gratis en éste lugar.
Saludos