El paseo – Mi tercer libro

El Paseo Cover Web Pues eso, un regalo que quise hacerme. Es de pequeñas historias, varias publicadas con anterioridad en un blog que tuve.

A modo de presentación les dejo con el prólogo:

Ningún escritor esta obligado a justificar lo que escribe, en el entendido de que escritor es aquel que llega a tener el valor de publicar (hablo de valor porque siempre es importante tomar la decisión de exponerse al escrutinio del ojo ajeno). Esa libertad es poco aprovechada. A la mayoría nos gusta contar las razones, motivos, circunstancias, hechos, inspiraciones o propósitos que nos impulsaron a exprimirnos la mente tratando de contar algo que consideramos que vale la pena y otra exprimida más por tratar de contarla bien.

Podría presentar éste texto diciendo que, como tanto autor, tengo una insufrible necesidad de hacerlo, palabras que quedan bien y parece que muchos las creen sin más. Yo las evalúo y siento que en realidad no dicen nada. Tampoco quedaría mal decir que es algo que tengo que hacer, como si hubiera una fuerza desconocida que me impulsa a escribir o que me dicta al oído lo que tengo que plasmar en palabras, en cuyo caso la autoría del texto no debería de pertenecer al llamado escritor sino a la fuerza oculta que hizo el dictado. Hay quienes lo dicen y funciona. No es mi caso.

En ésta ocasión me impulsan principalmente tres cosas:

La primera es que si bien la mayoría de estas historias ya habían sido contadas en un blog, no soporté más el verlas ahí. No es culpa del blog, es culpa del abuso que se hizo durante una época, que de a poco vamos dejando atrás, de crear blogs sobre cualquier cosa y por cualquiera que tuviera una computadora enfrente. No se me malinterprete, me gusta esa libertad, pero la misma trajo consecuencias. Hay mucho buen trabajo regado por la red pero se mezcló demasiado con líneas y líneas de palabras sin pies ni cabeza, por lo que no solo es difícil encontrarlos sino que nos hace tener prejuicios a la hora de juzgar cualquier texto. El mismo escrito no se ve igual si se ve formando parte de un libro que formando parte de un sitio en Internet. Viviré con la duda de si “El Aleph” o “Casa tomada”, con todo lo maravillosos que me parecen, serían cuentos tan alabados si hubiesen sido publicados en el blog de alguien por ahí.

La segunda es que últimamente he escuchado/leído mucho sobre el suicidio digital. La gente de repente desaparece casi sin decir nada (digo casi porque si uno presta la suficiente atención, la mayoría de los candidatos al acto van dejando pistas regadas). Lo he pensado y es tentadora la propuesta. Desaparecer de la faz de Internet ha de tener su gracia, quizá más para los que una época vivimos sin tanta información, buena, mala y sin relevancia, a un clic de distancia. Es que para la mayoría de nosotros las cosas cambiaron dramáticamente: si algún día te encuentras con alguien en la calle a quien hacía mucho que no veías pero lo tienes sumando “amigos” en tu red social, tu tema de conversación ya no será para enterarte de qué hace o qué es de su vida, sino que será para confirmar todo lo que ya sabes: “vi que lograste terminar la universidad ¡felicitaciones!”, “tu hijo está en clases de natación, lo vi en las fotos, como está de grande ¿no es cierto?”, “sí, me enteré que no seguiste con Julia, cambiaste tu estatus de pareja ¿no es así?”. Pues temiendo lo peor creo que no llegaré a escapar a los manjares que ofrece la muerte digital y me sería doloroso que éstas historias se desvanecieran conmigo.

La tercera y última razón es que temo por la desaparición del papel. Cada vez iremos quedando menos de los que amamos la letra impresa, los diseños de portada con su contraportada, la incomodidad de negarnos a prestar un libro, los enojos por la hoja que se dobló y las anotaciones en los costados de las páginas. Seremos exterminados por los devoradores de Gadgets y tecnología (yo mismo me estoy convirtiendo de a poco en uno) y mientras exista la opción, so pena de enojar a algunos ambientalistas, hay que aprovechar a imprimir cuanto libro sea posible. Pienso que en eras futuras les será más fácil sacar conclusiones sobre la nuestra de textos impresos, que de aparatos que no podrán encender por requerir de tecnología, para entonces, muy vieja.

Antes de que alguien me acuse de ponerme a nivel de los famosos escritores argentinos citados, aclaro que reconozco mi realidad y no podría cometer tal ultraje, pero en cambio sí creo que lo de aquí son buenas historias que a más de alguno agradarán, si no lo creyera no podría publicarlo. No sé de ningún escritor que tenga el coraje de publicar algo que considere malo o mediocre (sí, hay sarcasmo en esta última línea).

Hay una cuarta razón por la cual publico, la más importante: lo hago porque quiero hacerlo, pero se me hizo demasiada obvia para incluirla dentro de la lista oficial.

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Se puede descargar gratis en éste lugar.

Saludos

Caín – José Saramago

En el libro de Génesis 4:15 se lee: Y le respondió Jehová: Ciertamente cualquiera que matare a Caín, siete veces será castigado. Entonces Jehová puso señal en Caín, para que no lo matase cualquiera que le hallara. No dice que no se podía matar a Caín, como se lee en el libro, dice que no era conveniente hacerlo.

Saramago hace eso con las historias del Antiguo Testamento. Me da la impresión de que como aseguraba que las historias de por si ya son un disparate, no pasaba nada si se ponía a inventar unos cuantos asuntos igual o más disparatados.

El objetivo es cuestionar/juzgar las historias. Se encuentran de forma rápida temas que ponen en tela de duda la veracidad de la Biblia y de Dios. Algunos cuestionamientos sencillos como por ejemplo: ¿los animales carnívoros que vivían en el Edén, comían carne o solo frutos? ¿Adán y Eva tenían ombligo? ¿Si la condena a Adán fue comer con el sudor de su frente, dónde aprendió a trabajar la tierra, si nunca antes lo hizo?

También toca, no sabría decir si con o sin intención, temas más complejos. Por ejemplo: si los primeros descendientes de Adán y Eva, de quienes se supone que provenimos la raza  humana, fueron Caín y Abel, ¿quiénes o qué eran aquellos que no podrían matar a Caín después de que éste fuera marcado por Dios? ¿Eran humanos? ¿Desde cuándo existían? ¿De dónde provenían?

Quien no este familiarizado con las historias, podría “irse con la finta” y creer que lo que Saramago cuenta esta basado en la Biblia y no lo está. Saramago tomó una historia e hizo lo que quiso con ella. Enoc por ejemplo no murió en el diluvio, aunque no se aclara en el texto si el “hijo de Caín” es el mismo que fuera un «hombre recto ante Dios».

Pocas veces un libro cumple con lo que uno espera de él, en ocasiones es una decepción y en otras son muy agradables sorpresas. Me pasó con éste texto que encontré exactamente lo que esperaba de él. El hecho de que Saramago fuese ateo predispone a encontrar un trabajo como el que realizó.

Me gustó el libro y recomendaría su lectura solo a aquellos que no sean susceptibles en cuanto a sus creencias religiosas (aunque algunos insisten en no llamarlo más religión). Al final el texto presenta a un Dios malo e injusto.

Saludos

PS. El libro fue seleccionado como lectura del mes de octubre de 2010, en el grupo de Lectores Chapines.

Los hombres que no amaban a las mujeres – Stieg Larsson

los-hombres-que-no-amaban-a-las-mujeres “Que nombre tan extraño para un libro”, fue lo que pensé el día que en las vitrinas de la librería vi el primer libro de Larsson. Como no sabía nada al respecto no me preocupé por averiguar nada de él y menos cuando al poco tiempo vi que ya estaba la segunda y la tercera parte de la trilogía llamada “Millenium”. “Seguro que eso no es para mí” concluí.

Pues desde hace ya unas cuantas semanas, un amigo estuvo insistiendo en que tenía que leerlo. Usó muchas frases para convencerme: “Te va a gustar”, “No te vas a arrepentir”, “Es entretenida y no dan ganas de dejarlo” y muchas más, pero fue hasta que me dijo: “Cuando la leas te darás cuenta de que esa es la forma en que se escribe una novela que mantiene la atención del lector todo el tiempo”. Ante ese argumento no tuve más que ir a la librería y comprar el libro con todo y lo caro que resulta.

Sus poco más de 650 páginas son un interesante, entretenido y placentero viaje a lo largo de una historia que está bien contada y que, en efecto, te deja con la sensación de no querer interrumpir la lectura, porque atrapa, especialmente en la última tercera parte, en donde cada interrupción puede, incluso, llegar a cambiarnos el humor. Es una novela “detectivesca”, que invita a ir tratando de deducir a la par de sus protagonistas el cómo terminará la historia.

Sencillamente vale la pena.

No realicé highlights en el libro. Aunque pudiera existir algún diálogo que valga la pena, me parece más que es un texto de los que se lee más por la historia.

No tengo duda de que leeré la segunda parte, pero también es cierto que no lo haré ahora mismo. Me parece que descansar un poco de las aventuras de Mikael Blonkvist y de Lisbeth Salander, me hará bien.

Por último, comentar que encontré el trailer de la película basada en el libro. No me parece que como película logre atrapar tanto como lo hace el texto. Pueden verlo aquí.

Saludos

De Doña Esther a una triste realidad

Las penas en ese entonces eran levantarse temprano, desayunar y salir a la calle a ver cuál de los amigos había tenido la misma suerte que uno de escapar de casa a esas horas. Qué juego sería el del día, era lo de menos, lo importante era que sabíamos que la diversión estaba garantizada. Sin embargo por mucho que recuerdo mi niñez con mucho cariño y nostalgia, había un ritual que hacía distinta a nuestra cuadra de las demás. En punto de las diez de la mañana Doña Esther siempre salía a barrer el frente de su casa. ―Buenos días Juan, ¿Cómo amaneciste Ramiro? ¿Cómo siguió tu mamá Lupita?― Era mas o menos la forma en que siempre nos saludaba, y cuando terminábamos el intercambio de cortesías, nos llamaba para regalarnos dulces que seguro compraba por mayor, para que no le faltaran. Nuestra ración diaria de azúcar para seguir corriendo de arriba a abajo, estaba garantizada.

Al salir de casa lo que más llamó mi atención, fue que la lluvia que nos acompañara los últimos días, había decidido descansar, permitiendo al sol saludarnos con una tenue luz que alegraba la vista. Tráfico denso como de costumbre. Conecté el reproductor de música al radio del auto y cantando (casi gritando) a todo pulmón “Don’t stop believin” de Journey, estaba seguro de que sería un día agradable, sino mejor.

Fue extraña la ruptura, pero creo que sin acordarlo, llegó el momento en que Doña Esther se dio cuenta de que ya no estábamos para dulces. Ya no salía siempre a las diez y sus saludos fueron siendo mas esporádicos. Nuestras opiniones de ella entonces, se fueron dividiendo. Unos decían que la señora se había vuelto creída, otros que se había hartado de nosotros. Por mi parte creía que estaba respetando nuestra nueva etapa en la vida, aunque quizá fuera solo que extrañaba a los “patojos” que ella veía como suyos.

Desde que entré a la oficina fue correr de un lado para otro. Procuraba que el trabajo saliera a tiempo. Era uno de esos días que pareciera tener solo doce horas. Iba resolviendo pendientes, mientras el tiempo corría presuroso. Teléfono, café, Email, reporte, café, Email, broma con los compañeros, teléfono, café. Y cuando sentí, la hora de la refacción se me había pasado.

El esposo de Doña Esther murió por una enfermedad que se lo llevó en menos de tres meses. Días después cuando mamá me pidió que la acompañara a visitarla, no me pareció conveniente por respeto a lo que se espera de un adolescente (que sea rebelde, que no le guste estar con la mamá y que no le guste visitar a personas mayores), pero dentro de mí, quería hacer algo por aquella mujer que estaba triste, sobre todo al recordar como nos había llenado los días de infancia de sonrisas en nuestros rostros. Cuando entramos, antes de saludar a mamá, me llamó por mi nombre y me dijo que le hacía muy bien que un “muchachón” como yo, le llegara a visitar, especialmente porque no lo esperaba. Después de aquella visita, solo fui un par de veces más, asegurándome que ninguno de mis amigos se diera cuenta.

Sonó el teléfono y me llamaron a reunión. Entonces me aislé del mundo. Hablando de asuntos de trabajo, el ambiente en aquel salón era distinto al del traqueteo de las oficinas. Era agradable tomarse una pausa y cambiar de “hacer” a “inventar”, cuando teníamos a bien llegar a una buena conclusión. Lo mejor: el café no faltaba en las discusiones.

Cuando tuve edad suficiente me fui de la casa de mis padres. Fue un día complicado por lo que dejaba atrás y por la incertidumbre de lo que se venía de frente. Con todo y  la importancia de una fecha trascendental en mi vida, no puedo evitar recordarla sin ver a Doña Esther limpiando el frente de su casa, viendo de reojo cómo subíamos cosas al camión. Antes de irme corrí hasta ella y le di un abrazo y un beso en la mejilla. Confieso que me dieron ganas de llorar, pero me aguanté, pues tenía suficiente con la tristeza de abandonar el que hasta entonces era mi hogar. Ella por el contrario no se contuvo y vi como una lágrima brotó de uno de sus ojos mientras me decía: “que todo te salga bien muchacho”.

Al salir de la reunión me dirigí a mi escritorio. Frente a la pantalla de la computadora había una nota que decía que mi madre me había llamado y que quería hablar conmigo de un asunto importante. “Doña Esther está en el hospital, tu papá está ocupado y quisiera que me llevaras a verla, es posible que no resista mucho tiempo”.

Ahora que soy mayor, no tendré la oportunidad de ver a Doña Esther limpiando el frente de su casa, como si la tuve en las otras etapas de mi vida. Unos imbéciles pasaron disparando desde un automóvil, quitándole la vida a una señora que caminaba en aquella misma cuadra que hace años solo albergaba para mí: juegos, risas, mi hogar y dulces. Nadie sabe por qué lo hicieron, pero una bala perdida penetró en el cuerpo de una anciana que con dificultad y lentitud, barría la banqueta de su hogar.

Doña Esther no era perfecta, pero era una buena persona que supo transmitir cariño a unos niños que no se lo pedían, pero que contentos lo recibían. No entiendo este mundo en donde alguien no puede salir a limpiar el frente de su casa sin tener que preocuparse de perder la vida. No sé si la voy a extrañar, pero en cambio sé, que este no era el final que aquella señora se merecía.

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Hace unos días dispararon a una mujer que en el momento perdió la vida. Otra que estaba en su propia casa quedó gravemente herida por una bala perdida. Su historia pudiera o no parecerse a la de Doña Esther, pero sin lugar a duda ésta también poseía una, misma que pudo verse truncada en un instante. No sé si logró salvarse.

Saludos.

El día que Nietzsche lloró – Irvin D. Yalom (Review)

Hace algunos meses publique una cita en mi tumblr, que dice así:

«El tiempo de la vida humana no es más que un punto, y su sustancia un flujo, y sus percepciones torpes, y la composición del cuerpo corruptible, y el alma un torbellino, y la fortuna inescrutable, y la fama algo sin sentido […]. ¿Qué puede pues guiar a un hombre? Una única cosa, la filosofía.»

Marco Aurelio

Y es que hay dos tipos de filósofos: Los que gustan de conocer y los que toman ese conocimiento y tratan de aplicarlo a su vida.

El libro de Yalom, aparte de ser un viaje por una exquisita novela, en donde tuvo la habilidad de mezclar hechos verdaderos con la parte de la trama creada por su persona, dispara psicología y filosofía por todas sus páginas (yo me quedo con lo segundo). Da interesantes datos que pudieran hacer más comprensibles algunos de los puntos que Nietzsche comparte en sus libros (El eterno retorno, por ejemplo). Pero sobre todo me gustó que la historia muestra a la filosofía, como algo práctico. Los protagonistas la viven o intentan vivirla, dándole sentido a la misma.

Es un excelente libro que recomiendo leer.

Algunas citas:

«No son respuestas satisfactorias, doctor Breuer. Cuando dice que un médico cura, un panadero hace pan, o uno pone en práctica su vocación, no habla de motivos, sino de hábitos. En su respuesta ha omitido la conciencia, la elección y el interés propio. Prefiero que diga que se gana la vida: por lo menos es algo que puedo entender. Uno lucha para llevarse comida a la boca. Pero usted no me pide dinero.”

«Enseñar filosofía y utilizarla en la vida son dos tareas muy diferentes.»

Todos los padres mueren: el suyo, el mío, el de todos. Ésa no es una explicación para una enfermedad. Yo amo los actos, no las excusas.”

«A veces contemplo la esencia de la vida de una manera tan profunda que de repente miro a mi alrededor y veo que nadie me acompaña, que mi único compañero es el tiempo.”

Una de mis favoritas:

Llegará el momento en que los hombres dejarán de temer el conocimiento, en que dejarán de disfrazar la debilidad de “ley moral”, en que hallarán valor para rebelarse contra la obligación de los mandamientos.”

Será difícil que el lector al final del libro (o a lo largo de él) no se realice cuestionamientos a sí mismo, de esos que llaman existenciales.

Saludos