Opinión

Opinion Invariablemente, al recorrer aquella carretera, se me tapaban los oídos. Cuando ese momento llegaba dejaba de hacer relajo en el auto y me quedaba recostado contemplando, a través de la ventana, que entonces no tenía por qué ser polarizada, el paisaje que se iba transformando a la velocidad de los kilómetros por hora a los que mi padre deseara viajar. Esa incomodidad era el preludio de la diversión.

Aquel día en particular tenía presente un juego importante que le tocaba al FC Barcelona. Entre árboles, el recuerdo de jugadas de gol, paredes, imágenes de televisión y propaganda política pintada en piedras, meditaba en la influencia que un acto cualquiera podría tener sobre todo un evento. Quizá algo que yo pudiera hacer, terminaría afectando el juego que tanto me importaba. Contento con mi conclusión procedí a contársela a mi padre: “Imaginate que hace unos días te le atravesaste a algún camión que llevaba algún producto que viajaría por avión a España, eso quizá haría que el camión se quedara varado en un semáforo porque ya no alcanzó el verde, eso haría que las cosas no quedaran acomodadas de la misma forma […] eso haría que un jugador entrara antes que otro y pudiera ser que cambiara por completo una jugada de gol”.

La respuesta de mi padre fue categórica: “Sos un exagerado, está demasiado lejos como para que nosotros tengamos algo que ver”.

En mi tiempo de colegio los compañeros del colegio hacían un peculiar sonido entre ere y u interminable: “Brrurrrrrurrrr” que era la humillación pública más fuerte que se le podían hacer a alguien. Significaba que uno realmente había dicho una estupidez. Así traduje lo que escuché de mi papá.

Me senté y regresé a contemplar el camino, con la idea de que la próxima vez que quisiera opinar de algo, tenía que tener pleno conocimiento de lo que estaba diciendo.

He tenido un par de conversaciones/discusiones al respecto: “No tenés derecho a juzgar” me han dicho, “sobre todo si no sabes de lo que estas hablando, si no estas en la situación de la persona sobre la que emitís juicio, si no has vivido lo que otros.” Total que pareciera que no puedo juzgar nada más que lo que compete estrictamente a mi persona.

Eso no es así. Juzgar es valorar las cosas, es emitir opinión sobre algo. Tenemos libertad para juzgar y opinar. Es bueno hacerlo. Lo hacemos todo el tiempo.

La vida sería muy limitada si mi única fuente de información fuera lo que me pasa a mí. Tenemos la posibilidad de ver y aprender de los demás, evaluar circunstancias, pensar en cómo nos comportaríamos nosotros, pensar en lo que nos parece adecuado o no en determinada situación, aunque llegado ese momento resulté que no pudimos hacer lo que, visto desde fuera, nos parecía correcto. Y para hacerlo no necesitamos ser expertos en todos y cada uno de los temas.

“Antes de ver la paja en el ojo ajeno…” Bueno sí, puedo tener una viga enfrente, ese es un problema mío, pero no tengo por qué limitar mi libertad de ver la paja en el ojo ajeno, quizá aprenda algo.

Hay, sí, dos cosas con las que procuraré tener cuidado. Una será con compartir o no mi opinión sobre algún tema. Segundo, entender que lo que opine puede generar reacciones o traer consecuencias, y que ello será el precio de mi acción, no de mi conclusión, sino de compartirla.

Favorablemente ambas también son parte de la libertad con la que cuento. Nadie, siempre que no exista coerción, me puede obligar a tener una opinión alineada a algo con lo que no esté de acuerdo; ni, con esto tan de moda de que todos “siempre dicen la verdad” (lo dudo), a tener que compartirla.

Mi padre se equivocó. Con los pocos años con los que contaba, y muy a mi manera, estaba desarrollando en mi mente el concepto del “Efecto Mariposa” del que hasta entonces no había escuchado nada, y lo hacía sin ser un experto.

Actuar puede cambiar las cosas, pero tener una opinión o emitir juicio sobre algo, no altera la realidad.

Saludos

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